DOCUMENTOS DE INTERÉS PARA 

GUÍA DE GRAN CANARIA

Pregón de las Fiestas de la Virgen 1976

por MANUEL GONZÁLEZ SOSA

---I---

Una petición no sólo amical sino por añadidura colmada de apremiante vehemencia, ante la que resultaba áspera indelicadeza cualquier tipo de evasiva, me pone ahora en el trance de cumplir un cometido para el que me siento escasamente vocado y cuya finalidad, por otra parte, no acabo de comprender del todo.

Porque se trata, según entiendo, de pregonar, esto es: de avisar en voz alta a propios y extraños, la inminencia y el contenido de unas Fiestas Patronales: las de Guía de Gran Canaria. Fiestas no a punto de ser alumbradas por vez primera, ni tampoco insólitas o contingentes; antes bien, cíclicamente instaladas en la tradición viva de la isla; y muy añosas y famosas. Unas fiestas que advienen cada año con la puntualidad fidelísima del verano y que, a mayor abundamiento, ellas mismas se hacen barruntar en el corazón de los guienses mucho antes de que los calendarios empiecen a lucir las rojas cifras del disanto.

En principio, pues, debo anunciar lo que todos sabemos que ha de ocurrir, y cómo y cuándo ocurrirá; algo que incluso más de uno ya saborea íntimamente con la ansiosa delectación de toda espera ilusionada. Contrasentido éste frente al que quiero rebelarme desde ahora, descabalgando aprisa del menester estrictamente pregonero y enderezando mi empeño por otra vía, si acaso tan ociosa como la desechada, por lo menos no redundante. Así, además, mis palabras podrán brotar con entera libertad, desligadas de pautas y compromisos, chisporroteando a su albedrío como una hoguera votiva.

---II---

La primera llamarada de esta fogata verbal por fuerza ha de alimentarse con algunas briznas de las emociones que en mí suscitan las vivencias removidas por la evocación de las fiestas entrañables. Somos todos los hombres, en grandísima parte, un tejido de memorias de infancia y adolescencia; memorias que los años y las lenguas no sólo no arruinan o empalidecen, sino que muy al contrario, vivifican y acendran intensamente, cada vez más, hasta el punto de que a partir de cierto trecho de la vida ellas vienen a ser uno de los motivos más frecuentes de nuestras ensoñaciones, y en algunos momentos el reino luminoso y siempre accesible hacia el cual escapamos al encuentro seguro, si no de la pulpa de la felicidad, se de la estela de su aroma. Por virtud de este reino del que nadie ha sido desterrado nunca, todas las criaturas humanas somos férvidamente fieles al paraje de nuestros años aurorales. Reino, por otra parte, en el que los seres y las formas viven ilesos a perpetuidad, incluso cuando la mordedura del tiempo, o el designio de los hados, han cumplido faena destructora. Así lo he sentido yo, y así quise expresarlo en un soneto de juventud consagrado al recuerdo de un árbol que tuvo, a aún tiene, en mi vida y en la de algunos de mis hermanos una significación entrañable; un duraznero que se alzaba, solitario y apartado en uno de los bordes del barranco de Las Garzas y que, al parecer, criaba sus frutos sólo par nosotros, aunque no era nuestra, por supuesto, la tierra en la que hincaba sus raíces.

He aquí el soneto:

 Aquel durazno... Y busco. Y no lo encuentro.

Ni aquel cañaveral, ni la palmera

que entregaba, sensual su cabellera

al viento que aún está. Ya cada encuentro

me acribilla de ausencias. He venido

otra vez por mi infancia y hallo el llanto,

 que habéis ido matando todo cuanto

acompañó a aquel niño que no olvido.

 Pero la muerte es sólo una mudanza:

Todo lo acoge bajo los cristales

De su fanal la bienaventuranza.

Árboles, piedras, rostros cuantas cosas

faltan de este paisaje, están -cabales,

vivas - en mi recuerdo. Y más hermosas.

  --III---

Pero si bien la ocasión se presta como pocas a la fuga hacia el pasado y a la lírica valoración de éste, y legítima en cierta medida a los desahogos nostálgicos y hasta las confidencias personales, pienso que debe importarnos más la contemplación del presente. Y ello no sólo por la realista razón de que el presente es el cauce temporal por donde fluye ahora mismo nuestro existir (y todo lo que afecte nuestro existir tiene para nosotros un interés primordial) sino porque al ser el ahora, en alguna proporción, obra nuestra, creación de nuestro esfuerzo a la vez que consecuencia de nuestros errores, incapacidades y omisiones, su fisonomía nos mostrará cuales son nuestros logros, y si estos logros se alcanzaron a medias o en grado satisfactorio. Y como el tiempo de nuestro itinerario vital, abarcado en la doble dimensión presente-futuro, posee una naturaleza dúctil, maleable, y por tanto apta para las plasmaciones y rectificaciones perfectivas, a poco que queramos nunca será inútil la mirada crítica pro bien intencionada que proyectemos sobre la realidad del medio en el que está cumpliendo nuestra vida.

De entrada hay que anotar un dato positivo y que está ahí, inamovible y lleno de posibilidades: la calidad del hombre guiense. En el plano individual y en la esfera comunitaria; en la vida pública y en la actividad profesional; en su propio terrazgo y en los mas diversos ambientes, él ha sabido comportarse generalmente con un estilo en el que concurren la inteligencia y el sentido de la responsabilidad, el rigor y la discreción, la flexibilidad y la eficacia, la sindéresis y el humor; la dedicación y la constancia laboriosas y un equilibrado vitalismo, amén de aptitudes diversas asistidas de energía que por lo común se manifiesta sin alardes

Pero la constatación de este hecho  -la existencia de un excelente material humano- no nos impide ver otras realidades adversas. A juzgar por lo que se aprecia desde fuera (por ejemplo, desde la capital de la isla), Guía, en cuanto ente colectivo capaz de realizarse progresivamente, no pasa en estos últimos decenios por la etapa más pujante de su historia. No sé hasta qué punto es válida una opinión  como ésta, fundada sólo en impresiones captadas a distancia y en algún testimonio fortuito. Sin embargo, me aventuro a afirmar que en el pulso de la colectividad guiense se acusan bastantes, quizás demasiadas, tendencias retardativas. Por lo pronto ahí está el hecho de la regresión demográfica, con todo lo que este fenómeno significa en cuanto síntoma de declive. Por su parte, la actividad económica, encarada globalmente o desde la perspectiva de algunos sectores y prescindiendo de los fenómenos que puedan ser, reflejos de la coyuntura nacional, tampoco se muestra propicia a la hora de suministrarnos elementos para el juicio optimista. En otro orden de cosas, se hecha de menos las expresiones de una serie de inquietudes que denotan en quien las posee efectivo y operante alertamiento. Así, por ejemplo, en lo que se refiere a la sensibilización sociopolítica y por lo que toca a las manifestaciones y las realizaciones culturales entendidas como ocurrencia habitual y no como acontecimiento fuera de serie por razón de su rareza.

En todas estas parcelas, pocas veces la actualidad provincial registra algún hecho de procedencia guiense que resulte destacable por si mismo y, sobre todo, como cristalización eslabonada, con antecedentes y con virtuales consecuencias, de un complejo de preocupaciones que, aplicándose desde luego al mejoramiento individual y al progreso material y espiritual del entorno, abarque asimismo el mayor número posible de horizontes mentales y pragmáticos: los suficientes para que nos sintamos no sólo habitantes de un pequeñísimo rincón del planeta, sino también, y simultáneamente, ciudadanos del mundo. Cuando no protagonistas, por lo menos espectadores interesados del drama apasionante que vive la humanidad en el escenario del tiempo, espoleada y conquistada; miembros participantes y solidarios y lúcidos de una vasta, única comunidad en trance de inacabable y arduo perfeccionamiento

Por supuesto que este panorama no es privativo de Guía, aunque si parece que en cuanto a Gran Canaria, en Guía se presenta con particular gravedad, quizás porque al repararse en nuestro caso se tiene en cuenta consciente, la imagen que refleja una fase de la historia de la ciudad que ya quedó muy atrás. De otra parte, no sería justo dar a entender que todas las causas de tal situación se derivan de inhibiciones, o yerros, o impotencia, de los guienses. Muchas de esas causas hay que buscarlas en instancias externas al medio local, y no pocas radican más allá de los focos de decisión insulares o provinciales. De la misma manera que no se puede ignorar que en bastantes aspectos están determinadas por fenómenos irreversibles de época, o por imperativos estructurales de difícil remoción, aparte de otras motivaciones más o menos superables o tocadas de fatalidad

A pesar de todo, la parte de responsabilidad que procede cargar a los ciudadanos de Guía es muy importante. Aunque sólo sea –y no es sólo a causa de eso, desde luego- porque no prodigan las muestras de su inconformidad con un estado de cosas que de no atajarse de una vez, puede llevar a Guía al borde de un proceso de irremediable ruralización, con todo lo que esta perspectiva entraña, a nivel individual y a nivel colectivo, de angostamiento del círculo vital y de manera del bagaje de las ideas, de los afanes, de los ímpetus –según cierto diagnóstico de Ortega-

Es verdad que se han producido estimables conatos de reactivación, sobre todo en los últimos tiempos, pero también es cierto que sus efectos no fueron todo lo intensos y persistentes que hubiera sido de desear. Demasiado pronto, lo que parecía señal de un enérgico cambio de rumbo, se replegaba hacia el fondo de la consuetudinaria atonía. Sin embrago, esos amagos esporádicos sirven para alimentar la esperanza , y lo mismo otros hechos presuntos o ya detectables. Así, las excelentes cualidades que operan en el ánimo de tantos guienses; los propósitos de transformación que sin duda se incuban en los más avizores; la llegada de promociones jóvenes surtidas de saberes y arrestos; el mismo estímulo que imparte el ejemplo de otras etapas históricas de la ciudad, aún viéndolas con ojos desmitificadores, son factores que animan a confiar en que a la vuelta de relativamente poco tiempo la realidad de Guía se acercará cada vez más al punto de general desarrollo en el que coinciden las miras del ideal y los dictados de la razón.

---IV---

El postrer fogonazo de esta almenara a ratos sentimental y a ratos caviladora, quiere proyectarse, iluminándola, hacia  una presencia que es, en fin de cuentas, la razón de ser de esta convocatoria este homenaje comunales de los que son expresión ritual las Fiestas Mayores de Guía.

De nuevo acudo a la gaveta donde amarillecen las tentativas poéticas del lejano muchacho que yo fui. Entonces estaba intacta la piedad, hoy amortecida; porosa el alma a las creencias que llegaban hasta uno, no desde las propias honduras, sino en la prédica y el ejemplo de quienes, custodiándonos con pudorosa ternura, nos acompañaban vida adentro, años abajo. Por eso, en estos versos matinales alienta la intención de descubrir al fondo de los orígenes y del devenir de nuestra ciudad, sempiternamente, la sombra consoladora de Nuestra Señora de Guía:

 Al principio fue el verbo de la brisa

dialogando con Dios en el collado.

Luego, una espada que deviene arado

y el misterio del hombre aquí enraiza.

Y ya la muerte, ya la Vida. Aprisa,

La mies rompe y se abate en el sembrado,

y ante un huerto de cruces, renovado,

un afán de mujer espera o briza;

mientras el tiempo muele con sus dientes

de diamante la pulpa encandecida

-sangre, sudor, ensueño- de las frentes.

Más Tú velabas ya, y era tu manto,

Virgen de la sonrisa entristecida

Paño para la llaga y para el llanto.

---V---

Quizás haya sobra de rasgos dichosos en mi idealización del pretérito. Acaso la grisura abunde más de la cuenta en mi visión del ahora. No lo sé exactamente. Pero en el supuesto de que así fuera, en ambos casos la demasía arranca de un sentimiento positivo: el que nos dicta la adhesión al sitio y a la comunidad donde nacimos y crecimos y a la vez enciende en nosotros el deseo de que ese lugar y esa humanidad concretos alcancen especialmente todas las plenitudes posibles.

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