José Luján Pérez nació en el guiense pago de Las
Tres Palmas, el día 9 de mayo de 1756. Fue hijo de un matrimonio de labradores regularmente
acomodado y el segundo de cinco hermanos: José Domingo, nacido, como
todos, en Guía, el 28 de julio de 175 y que murió muy niño; Carlos
Fernando, nacido el 4 de octubre de 1760; María José, venida al mundo el
24 de junio de 1765 y Juan José, que fue bautizado en 1769. Los padres,
José Luján Bolaños y Ana Pérez Sánchez, fueron casados en Guía por el
entonces beneficiado de la parroquia don Baltasar José Rodríguez Déniz y
Quintana, el 3 de abril de 175 1, asistiendo como testigos don Alonso de
Olivares, Pedro Correa y Francisco Navarro, hermano de ella, todos vecinos
del mismo pueblo. El padre del imaginero murió en Las Palmas el 7 de
agosto de 1807 y, por expreso deseo de su hijo, fue enterrado delante del
altar de la Virgen de La Antigua, en la Catedral, cuando todavía estaba en
la hornacina una antigua imagen de esta advocación que fue sustituida por
la soberbia escultura que ahora existe allí, y que el imaginero comenzó a
cincelar en agosto de 1808 por encargo del Cabildo Catedral. La imagen fue
entregada al Cabildo, después de muerto el artista, por su hermano Carlos,
en 1815.
La partida de defunción del padre del imaginero se
encuentra en el desaparecido Libro 6 de los de Defunciones de la antigua
iglesia del Sagrario (hoy de San Agustín) que se guardan en el Archivo
Diocesano. El libro desapareció, nos han informado, en el traslado que se
hizo de San Agustín al citado Archivo, desde luego después de 1974, año en
que lo relacionó Francisco Morales Padrón en un inventario que hizo de
todos los libros sacramentales de las iglesias de la Diócesis de Canarias.
Pero quien escribe, antes de su pérdida, tuvo tiempo de consultarlo alguna
vez, advirtiendo que allí indicaba que el fallecido era viudo, cuando en
realidad su esposa, Ana Pérez Sánchez, le sobrevivió algunos años más y
murió en Guía, donde fue enterrada en 1812 en el cementerio de La
Atalaya, aquel que se había bendecido para los muertos de la epidemia de
fiebre amarilla de 1811.
El beneficiado de turno olvidó inscribir en el libro
correspondiente la partida de bautismo de María José, la hermana de Luján,
por lo que el padre hubo de tramitar en 1793 un expediente para subsanar
la omisión. En él fue necesaria la testificación de varios vecinos, entre
otros Ana de Quintana, que fue quien llevó la niña a la pila, recordando
también, dice en su declaración, que aquel mismo día nació en Guía una
niña llamada Juana, hija de Antonio Herrera, señalando el juez instructor
comisionado que de la información recogida resulta que María José de los
Dolores Luján Pérez nació el 24 de mayo de 1765 y que fue bautizada al día
siguiente. Para salvar las contradicciones en que incurrieron la madre de
la niña, Ana Pérez, y la mujer que la llevó a bautizar, respecto de la
hora del nacimiento, se acuerda hacer constar que fue «por la noche del
dicho día 24 y por no haber en estos pueblos reloj público para asegurarse
en la hora terminan te de su nacimiento.
Es curioso advertir cómo en casi todos estos hermanos
destacó alguna faceta no vulgar; singularidad que tuvo su expresión cimera
luminosa en el talento artístico de Luján Pérez y su revés negativo en el
pobre Juan José, que era, según un documento coetáneo, fatuo e inhábil;
es decir, lisiado de cuerpo y de espíritu. Respecto al otro hermano
del imaginero, Carlos, hasta nosotros han llegado noticias que hablan de
una acusada hurañía que contrastaba con su habilidad para la labra de la
madera, que aplicó de modo especial a la decoración de yugos y otros
instrumentos de labranza.
A la hora de hablar de la familia Luján Pérez sería
injusto que silenciáramos el nombre del presbítero don Fernando Sánchez
Navarro, hermano de su madre, y que se constituyó de por vida -y aún
después de muerto- en el ángel tutelar de sus sobrinos. Su protección
comienza desde que aquéllos nacen, pues de todos es padrino de pila, y su
celo cariñoso le lleva, en el momento de otorgar testamento ante el escribano de Guía Miguel Álvarez Oramas, a condicionar el disfrute
de sus bienes al cuidado y manutención de Juan José, el sobrino
malaventurado. Dadas estas premisas, acaso no sea fantasioso aventurar que
el juvenil Luján Pérez encontró decisivos alientos en el corazón y en la
bolsa de su tío.
En el testamento del presbítero Sánchez Navarro se
descubre la buena posición económica de que disfrutaba, ya que cuando se
refiere a la declaración de terrenos, señala como bienes suyos «por
diversas compras que he hechos abundantes terrenos, aparte de otros
habidos por herencia de su padre, tal uno «situado en la parte de arriba
lindando con Los Nogales, que linda también con el camino real que va a
Artenara, con la Degollada de la Bruma y que viene a dar sobre las
fuentes. Declara don Fernando por sus únicos y universales herederos a su
hermana, Ana Sánchez y a su cuñado José Luján Bolaños, padres del artista.
En caso de quedar sin sucesión, los bienes deberían pasar a los hijos de
su hermano Francisco. Pero en todos los casos sujeta esta disposición
testamentaria a la obligación de pagar los tributos, y «también de
mantener hasta su fallecimiento a Juan José, mi sobrino, fatuo e inhábil
de poder mantenerse, aunque sea hombres.
Luján Pérez nació, pues, en el seno de una regularmente
situada familia de labradores. Su nacimiento en el pago de Las Tres
Palmas, fue accidental, en época en que sus padres estaban en la casa de
la finca familiar. Por documentos de entonces puede conocerse que la
residencia habitual de la familia era una casa que tenían en el casco de
Guía, en la calle de Enmedio (conocida también como la de San Antonio y de
los Malrubios), en la que murieron él, su madre y sus hermanos Carlos y
María José.
Es muy probable que Luján Pérez, niño, ya viviera en
Las Tres Palmas ya en la calle de Enmedio de la localidad, fuera instruido
de las primeras letras en la Escuela que habían creado en el Hospicio los
franciscanos, al lado de la iglesia levantada, a principios de 1700, en el
lugar donde naciera la famosa monja sor Catalina de San Mateo.
José Luján Bolaños, padre del escultor, no
circunscribía su actividad a la agricultura, sino que también participó en
la política local. En un documento ante el escribano
Pedro Tomás Aríñez, en relación con el arrendamiento a medias de tierras
labradías donde llaman el Cortijo de la Caldera y de Las Mesas,
consta que era Diputado Regidor de la villa.
A partir de los datos de su nacimiento y confirmación,
la noticia que conocemos relativa a la primera época de la vida de Luján,
es de carácter legendario, y es una anécdota muy divulgada que don Juan
Batista Palenzuela tomó de labios de un primo del escultor. Don Juan
Batista fue un caballero guiense de larga vida- murió a los cien años en
1933- y también de largo amor por las cosas de su pueblo.
Él fue durante muchísimo tiempo algo así como el
oráculo de la tradición guiense. El libro de Santiago Tejera y la
biografía de Gordillo escrita por el señor Moya se surtieron
abundantemente en el arsenal de noticias de su memoria. Y fue una lástima
que no tuviera don Juan Batista mayor afición de la que tuvo a la
escritura, pues de seguro hubiera rescatado del olvido mucho material
histórico y anecdótico del que hoy nos sentimos tan necesitados.
«Refieren parientes muy cercanos -escribió don Juan en
un cuaderno de notas- que a los nueve años fue llevado Luján por su madre
a la ermita de Fontanales a hacer la primera comunión. Estaba encargado de
la ermita un frayle que no debía ser tonto por lo que ocurrió: mientras su
madre hablaba con el sacerdote en la sacristía, el niño quedó como
extasiado ante la imagen de San Bartolomé, y, al salir el frayle
acompañado de su madre y pararse junto al niño dijo éste que le gustaba
mucho el santo, agregando que él «haría uno como éste, pero si tuviera mi
cuchillo». Le regaló el cura una navaja y Luján quedó comprometido a
hacerle un San Bartolomé, prometiéndole el sacerdote un regalo. Se vino
Luján a su casa y cogió un trozo de madera de escobón; y a los quince días
volvió con su preciosa copia del santo, pero tan exacta, con tanto
parecido en los mínimos detalles, que el frayle exclamó: «esto no es
cosa humana. Aquí está la mano de Dios». Y al momento cogió al
niño y se fue con él al Cabildo de Las Palmas y le expuso lo ocurrido y
el mismo Cabildo se ocupó de la educación del pequeño».
Huelga decir que el relato debe más a la leyenda que a
la historia. Porque quien influyó cerca de la familia de Luján para que
éste fuera llevado de Guía a Las Palmas a iniciarse en los estudios
artísticos, fue, a lo que parece, don Blas Sánchez Ochando, teniente del
Regimiento de Guía de las Milicias Provinciales, que casó con dama
guiense muy principal.
Don Blas había nacido en Murcia, y este dato hace
suponer que fuera el ejemplo de su paisano Salzillo el que le movió a
preocuparse porque no se desperdiciaran las aptitudes que apuntaban en el
muchacho nacido en Las Tres Palmas. Uno se pregunta: sin la
presencia de este avisado murciano en el Guía de 1700 y pico, aislado, en
un ambiente sin tradición artística, se hubiera acertado a encauzar
adecuadamente las aptitudes de Luján Pérez? Es cierto que, según los
resultados, sus cualidades eran de las que no pueden ser sofocadas por
ningún género de limitaciones, pero no es menos verdad que sin la
formación básica y los estímulos de toda clase que recibió en Las Palmas,
probablemente no hubiera pasado de ser uno de los tantos fabricantes
de santos que brotaron en las islas, un amañado, sin duda con
más habilidad y gusto que los otros, más artista si se quiere, pero de
ninguna manera el maestro que llegó a ser. Su hazaña más sonada hubiera
sido tal vez muy por el estilo de aquella que protagonizó un sacristán con
ínfulas de gran organista, paisano suyo, que en cierta ocasión, después de
escuchar nada menos que a Saint-Saens que interpretaba unos impromptus
en el órgano de la iglesia de Guía -estrenado por el músico y
compositor francés a finales de 1900- exclamó con despectiva suficiencia:
«Este señor de música no sabe ni papa Acerca de quién pudo
aleccionar a Luján desde su llegada a Las Palmas, se citan varios nombres,
destacando sobremanera por la importancia del descubrimiento el del
maestro San Guillermo, dato que debemos a José Miguel Alzola, quien
encontró entre los viejos papeles de don Domingo Déniz la noticia de que
«el primero que en la provincia trabajó en la escultura con gusto y
delicadeza es el conocido, aún vulgar y tradicionalmente, San Guillermo,
excelente tallista, natural de Gran Canaria, que aleccionó a Luján Pérez,
cuyo discípulo señaladamente aventajó a su maestro,. Tampoco debe
olvidarse las enseñanzas de dibujo que recibió de don Cristóbal Afonso, ni
las que obtuvo en la entonces recién creada Escuela de Dibujo, fundada en
1782 por el Deán Jerónimo de Roo, o en aquella otra Escuela gratuita de
Dibujo de Las Palmas, patrocinada por la Real Sociedad Económica de Amigos
del País, donde aprendería los primeros y rudimentarios
conocimientos arquitectónicos. Dada su edad, es muy posible que Luján
fuera compañero de infancia de los hermanos Montesdeoca y, andando el
tiempo, trató íntimamente a otros guienses que como él ocuparon puestos
sobresalientes en la historia de la isla y de los que consta su estima por
el escultor: entre otros, don Pedro José Gordillo y Ramos, el canónigo
inteligente arriscado que llegó a ser Presidente de las Cortes de Cádiz, y
el poeta Rafael Bento y Travieso, quizás mucho más interesante por su vida
complicada que por los méritos de su obra.
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