Guía de Gran Canaria

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PERSONAJES POPULARES DE GUÍA

Por  Juan Dávila-García

PRÓLOGO DE ALEJANDRO C. MORENO Y MARRERO

Históricamente, los personajes populares han sido estudiados dentro de lo se ha denominado folklore (conjunto de tradiciones, usos, costumbres, creencias, leyendas, cuentos y canciones de un pueblo).

La expresión folklore (saber popular) fue acuñada en 1864 por el inglés William Thoms. Todos sabemos la imprecisión que encierra este término (considero infinitamente más exacto el vocablo alemán "volklehre"); sin embargo, según Francisco Carreras y Candí, parece claro que se trata de algo que existe desde mucho antes de la aparición del citado anglicismo.

En los últimos tiempos se han propuesto las palabras demotecnografía (técnica de descripción del pueblo), demopsicología (psicología del pueblo), demobiografía (biografía del pueblo o personajes populares), demosofía (sabiduría del pueblo) e incluso demopedia (instrucción o enseñanza del pueblo) para hacer referencia a estos aspectos del folklore.

Sea como fuere, escasos han sido los tratados folklóricos que han abordado en España el estudio de los personajes populares. La primera referencia bibliográfica de esta naturaleza que se conoce nos lleva a la obra de Cristóbal Suárez de Figueroa titulada "Plaza universal de todas ciencias y artes", publicada en Cataluña en el año 1615 y donde se dedica numerosos artículos a la descripción y análisis de los llamados personajes populares y de oficios (alcahuetes, bailarines, buhoneros, cazadores, casamenteros, ciegos, danzantes, rameras, soplones, alarifes, algodoneros, barberos, cuchilleros, carpinteros y otros varios) de la España de la época.

Varios siglos tuvieron que pasar hasta volver a encontrar en nuestra literatura folklórica nuevos trabajos acerca del estudio de estos personajes entrañables. Esto se produciría hacia 1831 merced a una serie de artículos del estudioso malagueño Serafín Estévanez Calderón en los cuales gentes populares como "Manolito Gázquez "el Sevillano" aparecen perfectamente retratados.

Inferior en cuanto a viveza y colorido a Serafín Estébanez, aunque no por ello menos importante, sería la figura del folklorista madrileño Ramón Mesonero Romanos, quien, entre 1832 y 1836 respectivamente, publica en la capital española los dos tomos de las "Escenas matritenses".

Muchos especialistas han considerado que la diferencia existente entre ambos autores estriba en que mientras Estébanez se limitó a recoger en sus artículos episodios brillantes del pueblo andaluz, Mesonero Romanos rescató también aquello que, sin bullangas, sin estridencias, sin relieve, frío e incoloro, cotidianamente ocurría en el Madrid de sus tiempos.

A primera vista, parece que las escenas matritenses de Mesonero Romanos son artículos sin más trascendencia que la de entretener, sin embargo, cuando se profundiza en ellos, se puede apreciar la sutileza de un observador que dedicó su vida a mirar a sus conciudadanos de toda clase y condición social para conservar sus memorias.

"el hombre en el fondo siempre es el mismo, aunque con distintos disfraces en la forma: el palaciego que antes adulaba a los reyes, sirve hoy y adula a la plebe bajo el nombre de tribuno; el devoto se ha convertido en humanitario; el vago y calavera en facciosos y patriota; el historiador en hombre de historia; el mayorazgo en pretendiente; el chispero y la manola en ciudadanos libres y pueblo soberano. Andarán los tiempos, mudáranse las horas, y todos estos tipos, pasarán, como los otros, a ser añejos y retrógrados, y nuestros nietos nos pagarán con sendas carcajadas las pullas y chanzonetas que hoy regalamos a nuestros abuelos. ¿Quién reirá el último?" (Fragmento del prólogo de las Escenas Matritenses de Ramón Mesonero Romanos).

El editor madrileño Ignacio Boix, siguiendo esta misma línea, concibió la idea de realizar una colección dedicada a los personajes populares. Desde un primer momento, deseó que la obra fuese colectiva, y así surge en 1843 "Los españoles pintados por sí mismos", una colección en la que el Sr. Boix recurrió a los principales folkloristas españoles de la época, entre los cuales, obviamente se encontraban los dos personajes antes citados así como Manuel Bretón de los Herreros, Juan Eugenio Hartzenbusch, Vicente de la Fuente, José María Tenorio, Fermín Caballero, Juan Martínez Villegas, Jacinto de Salas y Quiroga, y otros muchos que decidieron encubrirse con el anónimo.

Años más tarde, concretamente en 1848, vería la luz la primera edición de la obra "Doce españoles de brocha gorda" del escritor Antonio Flores, quien ya había colaborado en la colección anterior, pero que, esta vez, penetrando más en la vida popular y analizando minuciosamente las características diferenciales de los individuos, logró hallar personajes que no habían sido estudiados hasta ese momento.

Es algunas décadas después, cuando el Romanticismo literario español enlaza con lo que sería denominado "Costumbrismo canario", un movimiento que, como su propio nombre indica, presta especial atención a las costumbres típicas (entiéndase también los personajes populares) de nuestras islas. Asimismo, conviene aclarar que en Canarias no existen formas concretas de costumbrismo, sino sutiles derivaciones de un interés por los "tipos y personajes populares" que, mezcladas con otras formas literarias, van desde la aproximación folklórica hasta la crónica periodística.

Dejando a un lado el antecedente que supone la prosa lírica que representa el lanzaroteño José Clavijo y Fajardo al preocuparse por algunas gentes populares propias de cierto periodismo ilustrado tardío, es sólo a partir de finales del s.XIX cuando, en efecto, se pueden identificar en el Archipiélago algunas huellas folklórico-costumbristas.

El interés por personas, casos y comportamientos típicos de la región canaria (o tipificados por el escritor), comienza a observase con claridad en la obra de los hermanos Millares; sin embargo, ni el uno ni el otro pueden ser denominados costumbristas, pues, los comportamientos y los diferentes tipos populares verdaderamente aparecerían descritos hacia 1926 en el libro "Canariadas de antaño".

En este contexto, otros prosistas y dramaturgos del llamado regionalismo finisecular también deben ser citados: desde Benito Pérez Armas hasta Ángel Guerra, pasando por Diego Crossa. No obstante, se considera que fue el ¿modernista? Alonso Quesada en cuya obra "Crónicas de la ciudad y de la noche" (1919) se pueden vislumbrar ciertas formas costumbristas, pero inmensamente fundidas con la crónica periodística tan demandada entonces en Canarias e Hispanoamérica.

Algunos autores posteriores quisieron regresar de nuevo al costumbrismo decimonónico a través de personajes entrañables a los que se les atribuye la observación social así como la descripción de sus comportamientos. Este sería el caso, obviamente, de Francisco Guerra Navarro, quien a través de Pepe Monagas representa al personaje popular por antonomasia, aunque profundamente retocado por la voluntad humorística.

En 1963, el folklorista Néstor Álamo publicaba la primera edición de su estudio sobre Dña. Agustina González y Romero (cariñosamente conocida como "La Perejila"), donde nos acerca a unos de los personajes más populares de la Vegueta de finales del XIX.

Relativamente recientes son, solo por citar algunos, los trabajos del prof. Antonio Bethencourt y Massieu acerca de su homónimo y comerciante de la calle de la Peregrina D. Antonio Bethencourt, la obra de José Miguel Alzola sobre "D. Chano Corvo: crónicas de un jardinero y su jardín"; o, incluso, el ensayo de José Luís López Pedrol dedicado a la tan recordada Lolita Pluma.

Dicho lo cual, en nuestra ciudad de Guía de Gran Canaria tampoco han faltado quienes se hayan interesado por los personajes populares.

Así, el periodista Sigfrido Calero, en un magnífico artículo publicado en La Provincia el 4 de Abril de 1987, escribía:

"Es muy posible que al relacionar estos apodos cariñosos que tuvieron muchos guienses, nuestra mente nos lleve a la nostalgia de otras épocas… A la historia de nuestro municipio, la de las gentes y sus apodos. Les recuerdan algo los dichetes de Lala, Sasito, El Brimba, Matías, El Canuto, La Caja, Pochivio, Tomasín, El Tranquilo, El Vinagre, Cubanito, El Pollo de Anzo, El Mudo, El Chilgo, Paeo, El Cuetero, Copá, Sendito, El Herrero, Cigarro Puro, Lugino, Santito, El del Drago, Pilarito Fox, El Tisnao, El Menú, El Largo, Manolete, El Rubio, El Bambi, Blasón, El Sepulturero, El Molinero, El Tigre, El Pelú, El Claca, El Barato, El Papona, El Dentista, El Recadero, El Málaga, El Pájaro, El Bodeguero, Serío, Colasa, La de los Chochos, La de los Siete Machos, Meina, Pan de a Perra, El Papa, El Cáscara, El Gago, El de la Luz, Jirió, Tarzán, El Peo, Peo Pica, Cepillillo, Los Humildes, El de la Viela, Yoyo, Las Cubanas, Maestro Blas, Los Churros, Los Salustie, La Sorda, El Lechero, Los Burros, El Sacristán, Caganío, El Campanera, El Malacara, El Empenao, Polo, Flores, El Sardina, Basilisco, El Cachimba, El Fatiga, El Plegaria, El Pianista, El Mortadela, El Mole, El Bandurrín, El Liberato, El Estiércol, El Galleta, El Malena, Bartolito, El Grullo, Los Pavos, Los Blancos, Los Meicos, El Zurdo, El Mula, El de la Botica, Los Moscos, El Justicia, Los Virgilios, EL Gato y El Chico".

Y, por supuesto, el prolífero Memorialista guiense Juan Dávila García, quien con su colección de personajes populares ha rescatado del olvido una buena parte de nuestra historia chica que, de no haber sido por la publicación de tan entrañables artículos, seguramente se hubiera perdido.

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Julio de 2006

E-mail: alejandromorenomarrero@yahoo.es

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