Otra profesión que en Guía tuvo una esplendorosa actuación fue las de
los "molineros", en tiempos pasados llegamos a tener en nuestro pueblo
cinco molinos, dispersados por toda la geografía guíense, así teníamos al
final del Callejón del Molino casi lindando con las Boticarias el conocido
como el de Luisito, a la subida de la cuesta donde se inicia el camino
hacía Anzofe, los de Paco Roque y Lola Tovar y en pleno Lomo Guillen los
de Orihuela y Faustino García del Pino donde trabajaban su hijo Tino, su
hermano Antonio García, -padre de Braulio-, y Paco Trujillo. Los primeros
tenían como fuerza motriz el agua, y eran conocidos por "molinos de agua"
y el último llamado "molino de fuego" basaba su funcionamiento en la
electricidad.
Estos molinos le generaban a sus propietarios una alta rentabilidad ya
que el pago por convertir los granos en gofio o harina denominado
"maquila" constituían una buena entrada de dinero en las arcas de tales
industrias. A raíz de la terminación de la Guerra Civil y posteriormente
de la Mundial, la hambruna hizo su aparición en nuestro país el
aislamiento internacional al que fuimos sometidos hizo que las
importaciones de todo tipo de productos fuera nula, pero tuvo especial
relevancia la no llegada de productos alimenticios. En Guía pueblo
agrícola por excelencia tuvimos la suerte de poder pasar las penurias de
la "hambruna" gracias a los cultivos ordinarios que generaban sus tierras,
entre estos destacar al millo y el trigo que eran las materias primas de
donde salía el gofio, que ayudo mucho a las gentes junto con el queso, la
leche y otros tipos de productos a pasar sin mayores problemas tan aciaga
época.
Solo la Argentina de Juan Domingo Perón vino en nuestro auxilio,
enviándonos grandes cantidades de millo, que dada su estructura alargada
se le conocía como el "millo paletudo", con el cual la gente con menos
poder adquisitivo, una vez tostado y convertido en gofio suplieron sus
necesidades, de ahí la importancia de las industrias molineras existentes
en nuestro pueblo. Los molinos denominados de agua, movían toda su
maquinaria con la caída desde una altura considerable de este líquido
elemento que impactando en unas aspas de acero transmitían los movimientos
a las piedras circulares, -dos superpuestas-, mediante una correa de
transmisión para que comprimiendo el grano lo convirtiera en gofio. Estas
piedras que para poder moler tenían que disponer de unas rugosidades, -las
cuales se hacían con picaretas al menos dos veces al mes denominándose
este trabajo como picado-, constituían en esencia el centro neurálgico del
molino, como se podía regular su grado de compresión o aplastamiento con
más o menos intensidad, dada la aplicación de este trabajo se conseguía un
gofio mas fino o más basto a gusto del consumidor que era quien
determinaba la forma del mismo. Existía una forma de moler cuya aplicación
de la fuerza de las piedras era menor obteniéndose así unos granos menos
finos y que se usaban para hacer el "frangollo". El gofio trabajado en los
molinos de agua tenían un color más pálido con respecto al producido en
los molinos de fuego, pero la naturalidad de su molienda le daba un sabor
más agradable.
Por el contrario los molinos de fuego, tenían en su haber una
infraestructura completamente diferente, y como ya he manifestado su
fuerza motriz era generada por el fluido eléctrico, -el sabor del producto
obtenido tenía un gusto relativamente más quemado-, pero en esencia
constituía en su degustación un alimento de sabrosa relevancia. Muchos
amigos residentes en Maspalomas a los cuales les suelo traer gofio
especialmente de Gáldar manifiestan que sabe a galletas y de verdad que no
es una apreciación equivocada. Con leche, el escaldón e incluso con café y
chocolate el depurado sabor de este producto es inigualable, la pella y el
escaldado en los sancochos y caldos de pescados es indispensable y le da
al mismo un elogioso contenido. Hablaba de la infraestructura que
diferenciaba a los molinos de agua de los de fuego, estos estaban
conformados por unos recipientes de grandes dimensiones que tenían la
forma geométrica de conos invertidos llamados "torbas", donde se echaba el
millo tostado que luego pasaban a las trituradoras y desde allí a los
recipientes donde se expendían o se conservaban. Estas trituradoras tenía
la elocuente virtud de ser graduadas con mayor o menor presión lo que
generaba al igual que en los molinos de agua una textura del producto más
fino o más grueso. También se podía regular la obtención del sabor del
gofio en lo relativo a que su gusto fuera más o menos quemado lo cual se
manifestaba en el color del mismo. Decir que Paco Roque cuando se fue con
su familia para Las Palmas le vendió el molino a Pedro Jiménez conocido
por el de los "andenes", padre de Bonifacio ya fallecido y Pepe marido de
Gracia María.
Mientras que la existencia de agua fue abundante en la comarca los
molinos de agua funcionaron a tope, una vez desaparecida esta de las
acequias estas industrias de elocuente significado desaparecieron. En
Lanzarote y Fuerteventura y también en la zona de la Mancha peninsular,
-especialmente-, existieron y existen los molinos de viento cuya fuerza
motriz tenían y tienen connotaciones eólicas.
La singladura de los molineros en Guía siempre estuvo revestida de esa
enorme significación que tenía la de producir un producto de
extraordinario sabor que todavía es básico en muchas casas por sus
elocuentes valores culinarios y alimenticios.
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