De mi juventud tengo alegres y placenteros recuerdos,
pero el de los "cochafiscos" de millo y castañas tienen para mi un enorme
valor sentimental pues éramos muchos los amigos que en torno a la
"zaranda" y el "garrafón de vino abocado" nos reuníamos y a modo de una
liturgia reverente comíamos y bebíamos hasta hartarnos, luego y después de
la estridente algarabía con timples y guitarras venia el malestar y las
vomiteras, y en algunas ocasiones hasta los "guantazos" de nuestros
padres.
El evento se iniciaba con el descamisado de las piñas y
desgranado las mismas en el caso del millo, o los cortes preceptivos a las
castañas, ya algunos de nosotros habíamos hecho un buen fuego y puesto
encima el tostador, mientras otros preparaban la salmuera imprescindible
el cualquier cochafisco, era todo un ritual. Indistintamente los
celebrábamos en San Juan en la finca de Federico Pérez o en Tarazona en la
finca de los Cañas. Las fechas elegidas variaban en función de la
climatología, pero así y todo no menos de tres o cuatro cochafiscos de
millo hacíamos al año, teniendo especial relevancia el que llevábamos a
cabo el día de San Juan. Con motivo de la festividad de todos los Santos
el día uno de noviembre, hacíamos la gran castañada, celebrábamos esta
fiesta con todos los honores de rigor dado el significado que tenía para
muchos de nosotros ya que era la víspera del día de los difuntos o de los
finados, recordando con elocuente sentimiento a nuestros familiares que
habían partido hacía el más allá, pero este triste y repentino
recordatorio no era óbice para que el evento se celebrara con la algarabía
tan típica que siempre le improntabamos a nuestros festines.
Recordar con verdadero afecto aquel grupo de amigos que
de manera invariable solíamos llevar a cabo todos los actos cotidianos que
conjuntamente celebrábamos fueran de la índole que fuera. Así citar, a los
más representativos sin olvidar al resto los cuales también tenían su
merito; José Olivares, Jesús Mendoza, Segundo García, desgraciadamente
fallecidos, Federico y Ramón Pérez, José María Estévez, Miguel Roque,
Efrén Dávila, -estimado cantador-, que nos acompañaba a Federico y a mi
que éramos los tocadores, Fernando Guerra Aguiar, Fernando Guerra Ayala,
Jorge Padrón, Joaquín Guerra, Antonio Galván, etc. Ramón Pérez sacaba de
la cuadra de la finca de Pineda, el caballo de su padre para llevar la
intendencia, -castañas, garrafones de vino y otros enseres-, hasta los
lugares citados anteriormente y ya metidos en "francachela" y hartos de
comer y beber nos subíamos al mismo con gran dificultad y más de uno nos
llevamos algunos costalazos. Era una época gloriosa que jamás olvidare.
Los cochafiscos citados eran para todos nosotros una
significativa liberación, ya que nos olvidábamos, de las clases, los
estudios y del tedioso desarrollo de nuestra vida diaria en el seno del
pueblo, aunque es de justicia reconocer que siempre estábamos ideando y
desarrollando alguna que otra mataperreria cuya premisa fundamental era no
dañar a nadie, aunque eso si metíamos mucho ruido, convirtiéndonos sin
querer en el blanco apetecido de los guardias municipales.
Cuando ya de regreso a Guía después de haber disfrutado
del consabido cochafisco o de las castañas tostadas, lo hacíamos tocando
–Federico el timple y yo la guitarra- y cantando de manera muy ordenada,
pero los Ferreira, Malacara, Hilario, Francisco, Marques y demás miembros
del cuerpo de la policía local, persiguiéndonos con saña, cosa muy común
en aquellos tiempos, nos rompían la parranda sin haber motivo para ello y
en algunos casos hasta nos quitaban los instrumentos, los cuales
entregaban a nuestros padres con el correspondiente apercibimiento. No era
infundado el odio que sentíamos hacía estos personajes, los cuales siendo
nosotros todavía muy pequeños nos hacían la vida imposible.
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