D. Augusto Álamo Hernández, propietario por entonces
del comercio de venta de productos típicos del país situado a la entrada
de Guía, tenía dicho a uno de los hombres que trabajaban en su finca
(ubicada junto a la Ermita de San Sebastián) que cuando algún racimo de
plátanos se madurara, lo cortará y se lo hiciera llegar para adornar la
tienda, pues, se trataba de un establecimiento muy frecuentado por los
turistas.
Sabedor de todo ello, Ruperto Gil (cuyo taller de
electricidad estaba justo frente de la tienda de Augusto), un buen día,
aprovechando la pintura sobrante de las carrozas que por aquella época se
realizaban en el antiguo Sindicato Agrícola del Norte (muy cerca de la
zona historiada), decidió coger un "spray" y pintar de amarillo uno de los
racimos más suculentos de la finca. Lo cierto es que cuando el trabajador
observó el racimo coloreado por Ruperto, obviamente creyendo que ya había
madurado, lo cortó, se lo echó al hombro y, tal y como le había encargado
el Sr. Augusto, se lo llevó a la tienda.
Aún se desconoce si, realmente, alguien se percató de
lo ocurrido. Nadie comentó nada. Sin embargo, parece ser que "el
racimo que maduró antes de tiempo" permaneció durante varias semanas
colgado en el comercio regentado por la Familia Álamo.